23/10/15

Al otro lado de las vías hay una hilera de cinco tilos que esperan al tren. Desde que construyeron la nueva estación se quedaron fuera de toda posibilidad de viaje, a pesar de que el andén viejo siga allí, habitado por la maleza y algunos bocetos de arte urbano que no llegaron a más. Cuando hay viento mueven las copas a la vez y las hojas actúan como gimnastas chinas aplicadas en el arte de sacarle partido estético al sol. Llevo nueve años disfrutando su lenguaje. Les he visto vestidos y desnudos. Me atrevería a decir que he aprendido algo sobre la humildad mirándoles. La contadísima nieve nunca les ha puesto en disposición de presumir. Tampoco posan para catálogos de moda de otoño: sus hojas no tiñen a tonos comerciales como sus vecinos. Un día despiertan sin nada y ya está. Sé que tarde o temprano llegará alguien al barrio. Se acercará a la taquilla de la estación y dirá: cinco billetes de tilo para el primer tren que pase por aquí. Me pondré triste viéndoles alejarse con las cabezas asomadas a las ventanillas. Para consolarme pensaré que otros se merecen las mismas lecciones que me dieron a mí.

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