18/8/15

Está siendo el verano de Pla. Cartas de Italia, Las ciudades del mar, Cartas de lejos. Este hombre viajó mucho. Dudo que estuviese en el mismo lugar más de dos días. Leerle es como leer a un abuelo que no tuve pero con el que siento una familiaridad extraña y agradable. Pla es como esas cámaras de fotos antiguas que tenían el visor arriba. Te asomas y ves Europa, Cataluña y el inmenso Mediterráneo. Lo mejor: su tono casero. Nunca se viene arriba con descripciones pomposas. Habla de un puente de Londres con la misma tranquilidad que si estuviera hablando de su huerto de Palafrugell. Lo peor: que no se mete dentro de lo que cuenta, lo que hace que al final, en los puntos en los que la narración se demora más en colores, adjetivos y sutilezas del cielo, corra el peligro de acercarse a las guías de viaje y te quedes con ganas de intimidad. Pla es lírico y exuberante a la clásica. Tradición latina. A veces se confunde tanto con el paisaje que lo sientes como una planta más. En lo bueno y en lo malo está siendo el verano de Pla. Hace unos días visité la casa en que nació. Ninguna emoción. Culpa mía. Siguiendo mi costumbre de trasgredir las normas de las casas museo que visito, como hice en la de Falla poniéndome su sombrero de paja para hacer reír a mi mujer y siendo torpemente sorprendido por la vigilante, esta vez sólo pude tocar una maleta vieja. Sosteniéndola en el aire pude comprobar qué poco pesa lo que dejamos al irnos.

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